Parte I: Experiencias en el campo de concentración

Libro: El hombre en busca de sentido

Cuando era adolescente, Frankl estudió filosofía y psiquiatría. Intercambiaba correspondencia con Sigmund Freud, quien pre-sentó un artículo de Frankl a una publicación científica reconocida, y esta lo publicó cuando Frankl apenas tenía 16 años.

A los 34 años, en 1939, era jefe de neurología del Hospital Rothschild, único hospital judío de Viena. Cuando los nazis lo cerraron, Frankl temía por su vida y la de su familia. En 1942, el consulado de Estados Unidos le ofreció una visa para irse a vivir a ese país. Era una invitación poco común, un golpe de suerte, en homenaje a su reputación. Pocos judíos lograron salir de Austria tan avanzada la guerra; aún menos lograron irse a Estados Unidos.

Frankl quería marcharse; él sabía que podría terminar su libro pendiente en Estados Unidos. Pero vio un fragmento de mármol que su padre había rescatado cuando los nazis destruyeron la sinagoga más grande de Viena; correspondía a un grabado de los Diez Mandamientos y tenía solamente una letra en hebreo. El padre le comentó que la letra representaba el mandamiento «Honra a tu padre y a tu madre». No fue capaz de abandonar a su familia, así que dejó vencer la visa.

Los nazis lo deportaron a él y a su familia en septiembre de 1942. Desde entonces y hasta marzo de 1945, los nazis trasladaron a Frankl por cuatro campos de muerte y trabajo: Auschwitz-Birkenau, Theresienstadt, Kaufering y Türkheim (los últimos dos, formaban parte de Dachau).

Escrúpulos

Frankl trabajó en pequeños campos de concentración, menos conocidos, donde «ocurrió el verdadero exterminio»; cantidad incalculable de personas perecieron en ellos, en medio del horror y la oscuridad.

Los nazis empujaron a sus cautivos desde vagones de ganado, hasta la entrada a Auschwitz, confiscándoles sus documentos y las pocas pertenencias que le quedaban. Les tatuaron números en los brazos a aquellos que no enviaron directamente a la cámara de gas.

Esto, aunado al hecho de ser desnudados, afeitados completa-mente y vestidos con la ropa de prisioneros muertos, destruía la identidad de los prisioneros.

Con la pérdida de identidad vino la pérdida de sus principios. A pocos prisioneros les importaba la moral o la ética. Para poder vivir en medio de tanto sufrimiento, cada persona tuvo que construirse un “caparazón protector muy necesario». Algunos de los que se despojaron de sus remordimientos, sobrevivieron. La vida de campo de concentración mató a muchos otros, y acabó con quienes se aferraron a un propósito más elevado. “Los mejores de nosotros nunca regresaron”.

Cigarrillos

Frankl trabajó como médico en una sala de tifus, únicamente durante sus últimas semanas de cautiverio. Pasó la mayor parte de tres años haciendo trabajo manual, colocando vías de tren en medio de un clima frío y húmedo, vistiendo harapos y zapatos podridos.

Los judíos trabajaban como esclavos para empresas industriales alemanas. A veces, lograban ganar cupones para obtener cigarrillos, la “moneda” del campamento. Sólo los Capos – prisioneros judíos, seleccionados como “guardias” – en realidad fumaban sus cigarrillos. El resto de la gente los cambiaba por comida o pequeñeces, como un trozo de alambre para usarlo como cordón de zapato.

Si un prisionero fumaba sus cigarrillos, todo el mundo sabía que había perdido las ganas de vivir y moriría en breve. Los soldados de la SS que dirigían los campos, daban licor a los prisioneros que trabajan en las cámaras de gas y en los crematorios. Estos trabajadores sabían que pronto terminarían en los hornos como la mayoría de los prisioneros. Los nazis los mantenían embriagados, para mantenerlos funcionando.

Realidad

Frankl reconoció rápidamente la realidad de los campos. Se divorció a sí mismo de su vida anterior y se comprometió a vivir dentro de esta nueva realidad. Todo lo que tenía era «su existencia». Aprendió que no necesitaba ninguna de las cosas que alguna vez pensó que no podría vivir sin ellas. Tuvo que dormir en tablones ásperos en chozas sin calefacción, compartiendo dos mantas andrajosas con otros ocho hombres, y aun así, lograba dormir. No comía casi nada, pero vivió.

Aceptó la verdad de Dostoievski: «un hombre puede acostumbrarse a cualquier cosa.» Los prisioneros que querían suicidarse, se arrojaban a la alambrada electrificada. Frankl prometió que nunca «correría hacia el alambre.» Él sabía que iba a morir pronto de todos modos; así que quería cada día que pudiera conseguir.

Apatía

Los prisioneros endurecidos por sus circunstancias evitaban ver los castigos humillantes que sufrían otros reclusos. Por el contrario, corrían a desnudar los cadáveres para quedarse con la ropa, zapatos o comida escondida. Muchos perdieron toda empatía a medida que pasaban hambre. Frankl, sin embargo, se aferró a cuidar de algunos de sus amigos como un camino para su propia supervivencia.

Los hombres se fueron acostumbrando a recibir palizas constan-tes, siendo la parte más dolorosa de los golpes el insulto que estos implican. Para los capos y la SS, ningún prisionero tenía humanidad. No eran nada. Lo único que importaba era sobre-vivir. Alimentados únicamente con sopa aguada y una pequeña ración de pan de cada día, los prisioneros veían sus cuerpos «devorarse a sí mismos.» Se olvidaron de todo aquello que no ayudara a mantenerse con vida. Pocos tenían la energía necesaria para ayudar a los demás. Mientras los guardias y los Capos gobernaban sobre la vida y la muerte, los prisioneros se convirtieron en simples juguetes del destino, lo que redujo aún más su sentido de humanidad.

Espiritualidad

Los prisioneros se retiraron a la vida interior. Muchos judíos se hicieron más religiosos. Los más sensibles y artísticos tendían a sobrevivir, mientras que sus compatriotas más duros y menos conscientes, murieron. Los más sensibles eran físicamente débiles, pero sus vidas interiores más ricas y profundas alimentaron su supervivencia.

Al abrazar su vida interior, los hombres llegaron a apreciar más, no menos, la belleza natural, puestas de sol, o breves respiros, como una hora al lado de una estufa caliente. Frankl aprendió que los momentos más pequeños podían evocar profunda ale-gría. El anhelo por su esposa, con quien hablaba en su mente, hizo que el poder del amor lo atravesara. En medio de la miseria y de la muerte, vio en su alma que «la salvación del hombre es a través del amor y en el amor».

Destino

Con el tiempo, los prisioneros se hicieron más pasivos. Cual-quier decisión activa podía acelerar la muerte, así que evitaban la toma de decisiones. A medida que la liberación se acercaba, Frankl rechazó una oferta de un SS para unirse a otros prisioneros en un camión dirigido a Suiza. Prefirió dejar que «el destino siguiera su curso.» No trató de alterar su destino. Al igual que muchos, sintió que el destino le controlaba a él y que tratar de cambiarlo significaba desastre. Los nazis hacinaron a los hombres del camión en una choza, le prendieron fuego y observaron a los prisioneros quemarse vivos.

Elección

La vida del campo de concentración le mostró a Frankl que los hombres tienen opciones en cuanto a la forma de actuar. Mantuvo y vio a otros mantener su «libertad espiritual» e individualidad, sin importar lo que los nazis les obligaran a soportar. Entendió que la actitud aportaba significado. La forma como uno enfrenta el destino agrega o resta significado a su existencia.
En medio de las privaciones, es posible mantener su «libertad interior». Los hombres que podían aferrarse a incluso una pequeña sensación de futuro, encontraban que eso les ayudaba a sobre-vivir. Aquellos que dejaban de creer en el futuro, no.

En febrero de 1945, un amigo de Frankl soñó que el campamento sería liberado el 30 de marzo El 29 de marzo, al escuchar informes de que los avances aliados se habían retrasado y no llegarían al campamento cuando él había soñado, el hombre cayó en una fiebre profunda y murió el día siguiente. El Tifus parecía ser la causa, pero Frankl sabía que la pérdida de fe en el futuro de su amigo fue lo que lo mató.

La vida pierde el sentido cuando las personas no tienen nada por que esforzarse; pierden su sentido de dirección y detienen la búsqueda de significado. Es por eso que usted debe buscar res-puestas a las preguntas que surgen de su vida única. La singularidad de su existencia le da sentido.

Sin embargo, una vida significativa incluye la muerte y el sufrimiento. Frankl encontró que la vida en la parte inferior de la existencia, revela el bien y el mal con claridad.

Despersonalización

Cuando los aliados liberaron los campos y pusieron en libertad a Frankl, él y sus compañeros de prisión no sintieron alegría. Habían perdido «la capacidad de sentir placer». Tenían que volver a aprender a sentirlo. Sus experiencias les habían “despersonalizado”. Su nueva vida parecía ser un sueño. No podían conectarse a él.

Frankl entendió que su cuerpo podía recuperarse a medida que comía cada trozo de alimento que le llegaba, y se hacía más fuerte; pero su mente y las emociones, no se curaban rápida-mente. Se apoyó en su fe y poco a poco encontró de nuevo su humanidad.

Muchos reclusos sintieron que después de lo que habían sufrido, podrían comportarse de la manera que les provocara, que su sufrimiento justificada cualquier mala conducta. Algunos no podían hacer frente a personas que no habían estado en los cam-pos. A medida que recuperaban su humanidad, perdían su com-prensión de cómo habían logrado sobrevivir. Los campos llega-ron a parecer como una pesadilla, desconectada de su nueva vida. La mejor sensación para quienes fueron capaces de sentir de nuevo, era la exquisita ausencia de miedo.

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